domingo, 7 de noviembre de 2010

Esta vez... es!

Dejé de sentirme sola cuando otro sol galopó este invierno, en estasis brillante como topacio y arena de desierto.
Luces celestiales y planetas se conjugaron para que esta belleza no muera en su última bocanada. Yo les presté con recelo la exalacion de mis vivceras, puse en mi granito de arena mucho más que un ápice de luz. Si gracias a lo pasos que dí te encontré, así seguiran tejiendo caminos mis manos. Altaneras mi alas abusaron de corrientes de aire, aquellas que me llevaron allá arriba, en donde estás.
Tu boca grita a media voz quebrandose en carcajadas, sollosando todo ese júbilo pueril e inmaculado, trayendo la alegría que soñe por años, de frente a mi corazón; fértil como un pistilo de diente de león y viril como los ojos udel buho blanco (no cualquiera, sino aquel que asechaba con mirada recelosa los pinos de terreno de Pringles), así de mágico y cuasi real te encontré.
Solapas esas cicatrices con la savia de tu boca, esa misma que sangran los árboles heridos, la misma con la que se curan. Entre tanto, en duermevela, te sigo alucinando con una suerte de certeza.
Así, a caballo del amor que tengo, dejo de sentirme sola.
Por movimiento locos de mi estómago, cuasi abruptos y mágicos, me di cuenta de que más allá de mi egoísmo, algo me esta pasando. También, porque, sin ir mas lejos, no dejo de pensar en vos. En cada vigilia, en cada ensoñación, de pie ante la adversidad o frágil como la luz vespertina otoñal. Sin ir mas lejos, también, porque recuerdo desde el día en que te conocí hasta el día en que te temí, desde la noche en que te abracé, hasta la madrugada cuando te solté espantada de amor. Desde que dejé de soñar con volver al mar hasta tener la necesidad de adentrarme en playas desérticas de tu mano. Recuerdo cada detalle con minuciosa dulzura, con harto estupor, escondiendome de mi misma por querer desentenderme del amor.
Amé la soledad de esos ocasos mustios y desabridos, que valoro en retrospectiva con cierto atrevimiento. En ese entonces eran mucho mas de lo que podía esperar del mismo sol que se apagaba ante mis ojos. Todo trataba de percibirlo, desde la baba del mar hasta la entereza con la que volaban los pájaros. Desde el todo que me respresentaba lo nimio y el detalle de cada ocasión. Con el sólido puño golpeaba las aguas del mar pensando que eran almas; lo disfrutaba sin razón aparente, volteando de vez en cuando a ver si alguien notaba los latidos de mi corazón, con ese frenesí con el que susurraban en gélida agonía.
Ahora toda la vitalidad volvio a los lugares a los que corresponde. En mis manos lo tengo, y hacia sus manos voy. Entre mis piernas lo acaparo porque a sus piernas pertenezco; desde mi alma le gritó una y otra vez "esta vez, es!"

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